miércoles, 9 de noviembre de 2011

Reportaje sobre la igualdad de género en el teatro.

El teatro, cosa de chicas
Manuela Arroyo

El teatro ha sido y es un fiel reflejo de la mentalidad de la sociedad y de sus continuos cambios. Desde que las personas tienen uso de razón, incluso antes, se les imponen unos roles. Las cosas de color azul para los niños y rosa para las niñas; coches para ellos y Barbies para ellas. Algo similar ocurre en el mundo del deporte y con las aficiones, en general. Como ejemplo, basta señalar el reducido número de niños y hombres que estudian actualmente en el Centro de Artes Escénicas del Palacio de Festivales de Cantabria (PFC), en Santander

El Palacio de Festivales de Cantabria (PFC)  es uno de los edificios más singulares de la capital cántabra. Este teatro, situado junto a la bahía santanderina, no sólo es el lugar elegido para la celebración de congresos, reuniones o espectáculos de teatro, cine, música o danza. Hace ya varias décadas que se convirtió en un Centro de Artes Escénicas, en el que se dan cita todo tipo de alumnos, atraídos por un interés común: la magia del teatro. Sin embargo, después de visitar el Palacio de Festivales y de hablar con sus profesores y alumnos se constata que el sexo todavía importa hoy a la hora de decidir si estudiamos o no teatro. En una sociedad global, moderna y tecnológica, como la actual, el miedo al qué dirán hace que  nos encontremos con pocos alumnos en la escuela y que el teatro, lamentablemente, siga siendo cosa de chicas.

A sus 18 años, Marta Pérez lleva en la escuela del Palacio de Festivales más de una década. Después de este tiempo, conoce bien estas instalaciones en las que, según dice, el número de chicos es “muchísimo menor” que el de chicas. Como ejemplo, explica que, aunque en una clase puede haber 25 ó 30 personas, sólo 3 ó 4 son hombres. Para ella, esto se debe a la “presión” que ejerce la sociedad en la que se vive y en la que “ se juzga a las personas y se las califica por lo que hacen”. Respecto a cómo se puede corregir esta situación,  Marta afirma que “lo que hay que hacer es que la gente caiga en la cuenta de que todos pueden hacer de todo, que no hay nada que sea más de chicas que de chicos y que cada uno puede elegir lo que quiera, sin miedo a que nadie le juzgue”.

“Los chicos más chulos suelen ser los más machitos, los mejor aceptados por la sociedad”, lamenta Hugo Villegas, quien opina que muchos de ellos piensan que si estudias teatro “corres el riesgo de ser considerado un friki”. Al menos eso dice cuando trata de explicar por qué en su clase sólo haya tres chicos y siete chicas. Este joven, uno de los más veteranos de las clases de interpretación del Palacio de Festivales, no comparte esta opinión y prefiere pensar que la escasa presencia masculina en las escuelas de teatro “se debe a que los chicos suelen tener menos salero que las chicas”.

“La mujer sensible es adorable, el hombre sensible es un marica”

Como Hugo Villegas, Enrique Díez de Velasco supo desde temprana edad que lo suyo era el teatro. Por eso, decidió apuntarse a las clases de interpretación, sin importarle los comentarios de mucha gente que todavía cree que “los hombres que hacen esto es porque son afeminados”. “El arte siempre ha estado en manos de la gente extravagante, especial y, cuando se ha permitido, en manos de las mujeres”, recuerda. A la hora de decir por qué ocurre esto, Enrique asegura que “los hombres artistas siempre han sido considerados como bichos raros, sólo unos pocos nos atrevemos a afrontarlo, lo mismo sucede con el ballet”.

Cristina Galán y Julio Palomino llevan en clases de teatro gran parte de su vida. Son dos de los alumnos más jóvenes que acuden a la escuela y, como los demás, reconocen que el número de chicos es inferior al de las chicas. “Hay muchos actores famosos, pero, pese a esto, la gente siempre se sorprende cuando conoce a un chico que hace teatro”, dice Julio. Asombrado, añade que “desgraciadamente, se considera algo exótico y extraño”. Cristina corrobora esta idea y asegura que “el teatro se asocia con las mujeres porque tienen una forma de ver el mundo distinta a los hombres, ellos mismos ven el teatro como algo femenino cuando en realidad no lo es”.


Roberto Pérez es uno de los profesores que más tiempo lleva impartiendo las clases de interpretación y cuenta cómo han ido evolucionado a lo largo de su estancia en el Palacio de Festivales. “El número de chicos va aumentando con el tiempo, aunque de momento seguimos siendo minoría”, afirma Roberto, para quien esto se debe a que “los niños tienen más oportunidades de ver teatro que hace años y esto es lo que les invita  a probar”. Además, en su opinión, “la sociedad está en continua evolución y se empieza a encontrar tan divertida una clase de teatro como un partido de fútbol”.

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